Recuperamos una estampa de principios del siglo XX
Con motivo de la Solemne Función y besamanos que se le consagra anualmente, María Santísima de las Angustias ha sido ataviada de una manera inspirada en nuestro pasado.
Luce su saya más antigua, de terciopelo burdeos bordada en oro, obra atribuida a Juan Manuel Rodríguez Ojeda en 1893.
Está saya aparte de su belleza tiene la particularidad de haberla vestido las tres Dolorosas que fueron titulares de Nuestra Hermandad, y es la que vistió nuestra actual Dolorosa con motivo de su bendición, ya que fue la única saya conservada tras el incendio.
Viste también la Santísima Virgen el manto donado por su camarera la Señora Duquesa de Alba obra de Fernández y Enríquez.
El fajin es un extraordinario espolín del siglo XVIII de color malva con sedas de colores y plata, donado por los Hermanos Rodrigo y Jacobo Jiménez.
El pañuelo presenta la particularidad de llevar dos palomitas antiguas bordadas por monjas en recuerdo a las que ofreció la Virgen en el templo con motivo de la Purificación que hoy celebramos.
Es una pieza bellísima de gran antigüedad y que su donante ha restaurado en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico al que pertenece.
También ha donado el collar antiguo de chatones que porta la Virgen al cuello, recreando un poco la estética de esas fotos antiguas pero sin romper mucho la forma de vestir actual.
La estampa estética nos lleva a principios del siglo XX pero de una forma actualizada y enriquecida con alhajas de su ajuar, como su puñal de oro imprescindible en esta festividad Mariana en la que Simeon predice «a tí una espada te atravesará el alma».Así como el broche de brillantes de sus costaleros o el de la familia Casablanca y el rosario decimonónico donado por un hermano.
Sirva este recuerdo estético, como testimonio de agradecimiento a todos los hermanos y devotos que a lo largo de estos más de 270 años, han hecho lo imposible por mantener nuestra corporación, sorteando dificultades e infortunios, logrando superar hasta el fuego de la intolerancia y el fanatismo, que solo sirvió para alimentar aún más, la llama de la fe de nuestros mayores.